quarta-feira, 21 de janeiro de 2009

El largo camino al reconocimiento

La asunción el próximo martes de Barack Obama como presidente de Estados Unidos representa la culminación del aporte de los afroamericanos a la vida cultural y política del país. Pero no es una conclusión sino un punto de partida.

En 1930, el gran escritor negro estadounidense Langston Hughes escribió varios poemas de fuerte contenido social representando la desoladora situación económica y política que vivía su país tras la debacle iniciada en 1929. Resulta en cierta manera sorprendente, incluso hoy, que un poeta negro se convirtiera en el heraldo principal de la lucha y de la esperanza de una sociedad agobiada por la aparente falta de soluciones que la historia presentaba como desafío ineludible. Casi 80 años después, otro negro, amante también de la lírica (publicó poemas y todavía es un lector voraz de poesía) emerge como la voz colectiva de la esperanza y de la determinación ante las afrentas de la historia.
La asunción de Barack Obama a la presidencia estadounidense viene en cierta manera a representar –lo es– la culminación del aporte de los afro-americanos a la vida cultural y política del país que nació a la libertad privilegiando el derecho a la esclavitud y que recién pudo poner en práctica un estatus racial igualitario tras una cruenta guerra civil, y luego de una infinidad de silenciosas y no tan silenciosas batallas (que conocieron injustos linchamientos y diverso tipo de violencia física) a favor de la afirmación del respeto de los derechos civiles.
Mucha agua ha corrido debajo del puente sobre el que hoy Obama está parado firme. Langston Hughes (1902-1967), cuya mejor poesía, curiosamente, no es la social sino la de lenguaje lírico y surrealista, se sentiría reconfortado de ver el escenario político actual. La Casa Blanca cambia de color, al menos cambia el color de su principal residente. Las palabras han triunfado también en la realidad y hoy están a la altura de las circunstancias. “La poesía –como escribió Gabriel Celaya– es un arma cargada de futuro”. La difícil y larga travesía de la colectividad negra por alcanzar el reconocimiento pleno de la sociedad que también ellos ayudaron a construir concluye de manera gloriosa (porque este momento actual, a pesar de la brutal crisis económica, no es menos que glorioso), aunque la llegada al poder del primer presidente afro-americano no representa una conclusión sino más bien un punto de partida. En todo caso, es la síntesis de un proceso de simbiosis social y cultural que no vino sin sacrificio ni dolor y que tuvo a la adversidad como principal motivadora de los cambios conseguidos.
El arte y la literatura tuvieron parte protagónica, porque fue precisamente allí donde primero los negros lograron imponer su ineludible aporte al impresionante acerbo con que ha contribuido a la historia de la humanidad la cultura estadounidense, seguramente la más contundente, en términos de originalidad y diversidad, de la época moderna. El cine, el arte, la música y la literatura producidos durante el siglo XX dan cuenta de ello. Sería impensable, aunque hasta hace no tanto tiempo atrás hubo muchos que lo negaron con insistencia, hablar de la cultura estadounidense sin la presencia y participación activa de los artistas afro-americanos. Tanto le debe Estados Unidos a Walt Whitman como a Ralph Ellison; a William Carlos Williams como a Langston Hughes; a George Gershwin como a Dizzie Gillespie. La música más característica de la época moderna, el jazz (la música clásica de la era contemporánea), tiene raíces negras y fueron los afro-americanos, con su heterogénea participación, quienes además potenciaron su diversidad y complejidad armónica. Si el jazz es la música de la inteligencia, en donde el pensamiento improvisa sus emociones y rastrea su destino (o inventa en el proceso uno), puede concluirse sin demasiada dificultad que la participación del artista afro-americano en la fábrica cultural estadounidense llega a partir de un refinamiento intelectual y no solo de la articulación de sentidos y sentimientos exclusivamente emocionales. En su atención a las formas se constata rigor, desarrollo técnico, y amplio conocimiento de los procesos culturales y artísticos que casi simultáneamente estaban ocurriendo en otras partes del mundo cuando la modernidad alcanzaba su primer esplendor.
La anécdota me la contó Quincy Troupe, autor de la única biografía autorizada de Miles Davis. Poco tiempo antes de que el jazzista muriera, le preguntó por qué nunca había conocido personalmente a Chuck Berry, otro de los genios musicales negros y padre del rock and roll, algo extraño considerando que ambos músicos eran nativos de St. Louis y habían nacido a poca distancia uno del otro. Davis respondió: “Nunca tuvimos tiempo para conocernos pues los dos siempre hemos estado trabajando”.
Los negros han trabajado mucho por la cultura estadounidense, prácticamente desde los inicios de la nación, aunque fue recién en el siglo XX cuando su labor creativa comenzó a tener notoriedad y a recibir reconocimiento masivo. A la hora de recopilar nombres de artistas negras destacadas surgen enseguida los de Ella Fitzgerald, Mahalia Jackson, Aretha Franklin (primera cantante negra en ser incluida en el Hall de la Fama del Museo del Rock and Roll), Diana Ross, Maya Angelou, o Tony Morrison (primera escritora negra de América en ganar el premio Nobel de Literatura). Sin embargo, en esa lista elemental raras veces aparece mencionada Phillis Wheatley (1753-1784), quien a los 13 años de edad ya escribía poemas y cuyo libro Poems on Various Subjects (Poemas sobre temas diversos), publicado en Londres, es el primer libro de poemas escrito por un afro-americano. Y como ella, decenas esperando ser redescubiertos. Es decir, esta historia viene desde mucho antes.
Sin embargo, la eclosión colectiva de los artistas negros en la cultura estadounidense recién ocurrirá en la década de 1920, en el período conocido como el de “Harlem Renaissance”, pues en ese barrio de Nueva York fue donde se dio gran parte de la explosión de creatividad y de actividad política de la minoría afro-americana. El arte pasó a convertirse en efectivo instrumento para paliar y enfrentar la segregación racial. Son precisamente las distintas expresiones artísticas las que introdujeron un vocabulario crítico y creativo de afirmación de la identidad negra: un arte y una literatura de extraordinario valor que no podía ser desdeñada ni considerada inferior.
Desde la marginación y el oprobio, los negros comenzaban a ganar espacios definidores de una actitud mental y de un estatus intelectual. Eran tiempos socialmente difíciles para hacer coincidir la verdad con la belleza, pues los negros sobrevivían en los márgenes y con escasas oportunidades de mejoramiento económico y educativo. Sirva como ejemplo recordar que en la década de 1920 apenas unos 2.000 afro-americanos estaban estudiando en las universidades estadounidenses.
En esa década, tan extraordinaria como lo fue para el archivo cultural y artístico del mundo (de la cual los afro-americanos fueron fundamentales participantes), Hughes publicó, el 23 de junio de 1926, su hoy clásico ensayo The Negro Artist and the Racial Mountain (El artista negro y la montaña racial), en el cual destaca, una vez más por si hacía falta, que hay un arte negro totalmente americano, el cual no es derivativo ni está siendo producido por la elite universitaria, sino que viene de la clase negra trabajadora y representa a gente inspirada por su propia identidad y su estilo de vida. El ya canónico ensayo es en más de una manera un manifiesto de afirmación del orgullo y toma de conciencia afro-americanos pues Hughes hace un llamamiento a los artistas negros para que se inspiren en el hombre común y ejerzan su creación sin censura, trascendiendo en su obra lo que el escritor consideraba la “montaña racial”.
La consolidación, por inspiración y por insistencia, de un arte negro, al cual aspiraba Hughes, acontecerá en varias disciplinas, principalmente en la literatura y en la música. El “Renacimiento de Harlem” está asociado a los nombres de algunas figuras claves de la cultura afro-americana como W.E.B. Du Bois (1868–1963), Zora Neale Hurston (1891–1960), Alain Locke (1885–1954), Jessie Fauset (1882–1961), Benjamin Brawley (1882–1939), Claude McKay (1889–1948), y el propio Hughes. Tanto fue el destaque en las artes de la presencia negra que hubo incluso blancos que quisieron pasar por negros, como Al Jonson, quien cantando con la cara pintada de negro introdujo la música afro-americana a una gran parte del público blanco desconocedor de la misma. Locke habló del surgimiento de un “nuevo Negro” (no utilizaba la palabra “black” sino Negro, con mayúscula), y en su libro The Crisis, Du Bois destacó que la década de 1920 estaba a punto de ver consolidado el “renacimiento de una literatura Negra Americana”.
Este “renacimiento”, auspiciado por escritores y escritoras de distintas edades y procedencias, sirvió, entre otras cosas fundamentales, para que una parte importante del público estadounidense conociera la existencia de un movimiento de artistas negros que estaban diversificando y enriqueciendo la herencia cultural del país. Antes que antagonizar por el simple hecho de hacerlo, estos artistas habían venido a afirmar la existencia de una originalidad de estilos y perspectivas auténtica y digna de ser tenida en cuenta en el mosaico de expresiones “auténticamente” estadounidenses. La consolidación de un “pensamiento creativo negro” vino acompañada de música de fondo, seguramente una de las mejores bandas sonoras que ha conocido la historia.
Sin el “Renacimiento de Harlem” con toda seguridad no hubiera existido (o no sería lo que es) la música popular contemporánea en sus diversos estilos. El jazz, el blues, y el soul son lugares inevitables en el mapa musical del mundo, acostumbrado ya por necesidad a presencia permanente de las musas de ébano. Tales variaciones del pensamiento musical moderno empezaron siendo un sonido pionero, y hoy son punto de inflexión en donde todas las interpretaciones de la contemporaneidad coinciden. Tal cual en cierta manera deja constancia (aunque con difusa precisión) la película de Francis Coppola The Cotton Club (1984), los músicos negros que trabajaban en los clubes de Harlem complaciendo el gusto de los blancos con suficiente dinero como para pagar la costosa entrada y el precio de las bebidas no fueron solamente los creadores del mejor jazz, sino asimismo de la moderna canción pop, con su impactante brevedad y su fina textura. De las jam sessions salieron chispas de invención en todas las direcciones. Además del monumental Cab Calloway (1907–1994), cuyos eclécticos y adelantados ritmos revolucionaron también la forma de bailar y de escenificar la música, otros dos genios negros destacaron en la exclusiva epopeya musical hacia el reconocimiento de la raza. De los clubes emblemáticos de Harlem, Cotton Club y Connie´s Inn, donde las coreógrafas negras de piel clara inventaron varios de los pasos de baile característicos de la modernidad, saltaron al mundo dos de los músicos trascendentes del siglo XX, Edward Kennedy “Duke” Ellington (1899–1974), quien a partir de 1928 tocó por 12 años con su orquesta en el Cotton Club, y un joven músico venido de Nueva Orleans, Louis Armstrong (1901–1971), quien sorprendió a todos con su innovador virtuosismo y su técnica con la trompeta, y con una voz inconfundible que luego interpretaría una de las canciones estadounidenses más populares de todos los tiempos, What a Wonderful World, grabada en 1968, la cual, extrañamente, no fue éxito inmediato en Estados Unidos, aunque ese año fue la canción de mayor venta en Gran Bretaña.
Sin que sus propietarios se lo hubieran jamás propuesto, pues su propósito principal era maquillar la venta ilegal de bebidas alcohólicas a blancos de buen poder adquisitivo, los clubes de Harlem fueron fundamentales para promover el aporte definitivo de la música
afro-americana a la cultura estadounidense (a la “alta cultura” y a la cultura popular) y demostrar que la participación de los negros en el arte era bastante más que un simple motivo de curiosidad y que una extravagancia racial. No en vano, debido al interés popular por la música proveniente de Harlem, la cadena radial NBC comenzó a trasmitir en vivo y en directo para todo el país las veladas del Cotton Club.
La cultura del país había dado un gran salto cualitativo y era imposible rebobinar. Los negros dejaban de ser invisibles. El orgullo afro-americano se expandía y la ira ante la injusticia conocía otras formas de respuesta. A partir de una revolución estética los negros tomaban conciencia de que eran mucho más que las víctimas excluidas y omitidas por la segregación, y que su impaciencia ante la desigualdad social podía servir útilmente, como sirvió, a la usina de la creación. Ya no podían continuar siendo relegados en el escalafón artístico ni ser identificados únicamente como simples estereotipos de una conducta racial. Un espacio de grandes proporciones, sobre todo anímico y simbólico, había sido conquistado, aunque la lucha a nivel político y social todavía tendría por delante difíciles y largas batallas por librar, tal como la historia posterior lo testimonia
.
Por Eduardo Espina

terça-feira, 20 de janeiro de 2009

Leia a íntegra do discurso de Obama, em português

Meus caros concidadãosEstou aqui hoje humildemente diante da tarefa que temos pela frente, grato pela confiança que vocês depositaram em mim, ciente dos sacrifícios suportados por nossos ancestrais. Agradeço ao presidente Bush pelos serviços que prestou à nação, assim como pela generosidade e a cooperação que ele demonstrou durante esta transição.
Quarenta e quatro americanos já fizeram o juramento presidencial. As palavras foram pronunciadas durante marés ascendentes de prosperidade e nas águas plácidas da paz. Mas de vez em quando o juramento é feito entre nuvens carregadas e tempestades violentas. Nesses momentos, a América seguiu em frente não apenas por causa da visão ou da habilidade dos que ocupavam os altos cargos, mas porque nós, o povo, permanecemos fiéis aos ideais de nossos antepassados e leais aos nossos documentos fundamentais.Assim foi. Assim deve ser para esta geração de americanos.Que estamos em meio a uma crise hoje é bem sabido. Nossa nação está em guerra, contra uma ampla rede de violência e ódio. Nossa economia está gravemente enfraquecida, uma consequência da cobiça e da irresponsabilidade de alguns, mas também de nosso fracasso coletivo em fazer escolhas difíceis e preparar o país para uma nova era. Lares foram perdidos; empregos, cortados; empresas, fechadas. Nosso sistema de saúde é caro demais; nossas escolas falham para muitos; e cada dia traz novas evidências de que os modos como usamos a energia reforçam nossos adversários e ameaçam nosso planeta.Esses são indicadores de crise, sujeitos a dados e estatísticas. Menos mensurável, mas não menos profundo, é o desgaste da confiança em todo o nosso país -- um temor persistente de que o declínio da América é inevitável, e que a próxima geração deve reduzir suas perspectivas.Hoje eu lhes digo que os desafios que enfrentamos são reais. São sérios e são muitos. Eles não serão resolvidos facilmente ou em um curto período de tempo. Mas saiba disto, América -- eles serão resolvidos.Neste dia, estamos reunidos porque escolhemos a esperança acima do medo, a unidade de objetivos acima do conflito e da discórdia.Neste dia, viemos proclamar o fim dos sentimentos mesquinhos e das falsas promessas, das recriminações e dos dogmas desgastados que por tanto tempo estrangularam nossa política. Ainda somos uma nação jovem, mas, nas palavras da escritura, chegou o tempo de pôr de lado as coisas infantis. Chegou o tempo de reafirmar nosso espírito resistente; de escolher nossa melhor história; de levar adiante esse dom precioso, essa nobre ideia, transmitida de geração em geração: a promessa dada por Deus de que todos são iguais, todos são livres e todos merecem a oportunidade de perseguir sua plena medida de felicidade.Ao reafirmar a grandeza de nossa nação, compreendemos que a grandeza nunca é um fato consumado. Deve ser merecida. Nossa jornada nunca foi de tomar atalhos ou de nos conformar com menos. Não foi um caminho para os fracos de espírito -- para os que preferem o lazer ao trabalho, ou buscam apenas os prazeres da riqueza e da fama. Foram, sobretudo, os que assumem riscos, os que fazem coisas -- alguns célebres, mas com maior frequência homens e mulheres obscuros em seu labor, que nos levaram pelo longo e acidentado caminho rumo à prosperidade e à liberdade. Por nós, eles empacotaram seus poucos bens terrenos e viajaram através de oceanos em busca de uma nova vida.Por nós, eles suaram nas oficinas e colonizaram o Oeste; suportaram chicotadas cortantes e lavraram a terra dura.Por nós, eles lutaram e morreram, em lugares como Concord e Gettysburg, na Normandia e em Khe Sahn.Incansavelmente, esses homens e mulheres lutaram, se sacrificaram e trabalharam até ralar as mãos para que pudéssemos ter uma vida melhor. Eles viam a América como algo maior que a soma de nossas ambições individuais; maior que todas as diferenças de nascimento, riqueza ou facção.Esta é a jornada que continuamos hoje. Ainda somos a nação mais próspera e poderosa da Terra. Nossos trabalhadores não são menos produtivos do que quando esta crise começou. Nossas mentes não são menos criativas, nossos produtos e serviços não menos necessários do que foram na semana passada, no mês passado ou no ano passado. Nossa capacidade continua grande. Mas nosso tempo de repudiar mudanças, de proteger interesses limitados e de protelar decisões desagradáveis -- esse tempo certamente já passou. A partir de hoje, devemos nos reerguer, sacudir a poeira e começar novamente o trabalho de refazer a América.Para todo lugar aonde olharmos há trabalho a ser feito. A situação da economia pede ação ousada e rápida, e vamos agir -- não apenas para criar novos empregos, mas depositar novas bases para o crescimento. Vamos construir estradas e pontes, as redes elétricas e linhas digitais que alimentam nosso comércio e nos unem. Vamos restabelecer a ciência a seu devido lugar e utilizar as maravilhas da tecnologia para melhorar a qualidade dos serviços de saúde e reduzir seus custos. Vamos domar o sol, os ventos e o solo para movimentar nossos carros e fábricas. E vamos transformar nossas escolas, colégios e universidades para suprir as demandas de uma nova era. Tudo isso nós podemos fazer. E tudo isso faremos.Os passos da posse
Agora, há alguns que questionam a escala de nossas ambições -- que sugerem que nosso sistema não pode tolerar um excesso de grandes planos. Suas memórias são curtas. Pois eles esqueceram o que este país já fez; o que homens e mulheres livres podem conseguir quando a imaginação se une ao objetivo comum, e a necessidade à coragem.O que os cínicos não entendem é que o chão se moveu sob eles -- que as discussões políticas mofadas que nos consumiram por tanto tempo não servem mais. A pergunta que fazemos hoje não é se nosso governo é grande demais ou pequeno demais, mas se ele funciona -- se ele ajuda as famílias a encontrar empregos com salários decentes, tratamentos que possam pagar, uma aposentadoria digna. Quando a resposta for sim, pretendemos seguir adiante. Quando a resposta for não, os programas terminarão. E aqueles de nós que administram os dólares públicos terão de prestar contas -- gastar sabiamente, reformar os maus hábitos e fazer nossos negócios à luz do dia -- porque somente então poderemos restaurar a confiança vital entre uma população e seu governo. Tampouco enfrentamos a questão de se o mercado é uma força do bem ou do mal. Seu poder de gerar riqueza e expandir a liberdade é inigualável, mas esta crise nos lembrou de que sem um olhar vigilante o mercado pode sair do controle -- e que uma nação não pode prosperar por muito tempo quando favorece apenas os prósperos. O sucesso de nossa economia sempre dependeu não apenas do tamanho de nosso Produto Interno Bruto, mas do alcance de nossa prosperidade; de nossa capacidade de estender oportunidades a todos os corações dispostos -- não por caridade, mas porque é o caminho mais certeiro para o nosso bem comum. Quanto a nossa defesa comum, rejeitamos como falsa a opção entre nossa segurança e nossos ideais. Nossos pais fundadores, diante de perigos que mal podemos imaginar, redigiram uma carta para garantir o regime da lei e os direitos do homem, uma carta expandida pelo sangue de gerações. Aqueles ideais ainda iluminam o mundo, e não vamos abandoná-los em nome da conveniência. E assim, para todos os outros povos e governos que nos observam hoje, das maiores capitais à pequena aldeia onde meu pai nasceu: saibam que a América é amiga de toda nação e de todo homem, mulher e criança que busque um futuro de paz e dignidade, e que estamos prontos para liderar novamente.Lembrem que as gerações passadas enfrentaram o fascismo e o comunismo não apenas com mísseis e tanques, mas com sólidas alianças e convicções duradouras. Elas compreenderam que somente nossa força não é capaz de nos proteger, nem nos dá o direito de fazer o que quisermos. Pelo contrário, elas sabiam que nosso poder aumenta através de seu uso prudente; nossa segurança emana da justeza de nossa causa, da força de nosso exemplo, das qualidades moderadoras da humildade e da contenção.Somos os mantenedores desse legado. Conduzidos por esses princípios mais uma vez, podemos enfrentar essas novas ameaças que exigem um esforço ainda maior -- maior cooperação e compreensão entre as nações. Vamos começar de maneira responsável a deixar o Iraque para sua população, e forjar uma paz duramente conquistada no Afeganistão. Com antigos amigos e ex-inimigos, trabalharemos incansavelmente para reduzir a ameaça nuclear e reverter o espectro do aquecimento do planeta. Não pediremos desculpas por nosso modo de vida, nem vacilaremos em sua defesa, e aos que buscam impor seus objetivos provocando o terror e assassinando inocentes dizemos hoje que nosso espírito está mais forte e não pode ser dobrado; vocês não podem nos superar, e nós os derrotaremos.Pois sabemos que nossa herança de colcha de retalhos é uma força, e não uma fraqueza. Somos uma nação de cristãos e muçulmanos, judeus e hindus -- e de descrentes. Somos formados por todas as línguas e culturas, saídos de todos os cantos desta Terra; e como provamos o sabor amargo da guerra civil e da segregação, e emergimos daquele capítulo escuro mais fortes e mais unidos, só podemos acreditar que os antigos ódios um dia passarão; que as linhas divisórias logo se dissolverão; que, conforme o mundo se tornar menor, nossa humanidade comum se revelará; e que a América deve exercer seu papel trazendo uma nova era de paz. Ao mundo muçulmano, buscamos um novo caminho à frente, baseado no interesse mútuo e no respeito mútuo. Para os líderes de todo o mundo que buscam semear conflito, ou culpam o Ocidente pelos males de sua sociedade -- saibam que seu povo os julgará pelo que vocês podem construir, e não pelo que vocês destroem. Para os que se agarram ao poder através da corrupção e da fraude e do silenciamento dos dissidentes, saibam que vocês estão no lado errado da história; mas que lhes estenderemos a mão se quiserem abrir seu punho cerrado. Aos povos das nações pobres, prometemos trabalhar ao seu lado para fazer suas fazendas florescer e deixar fluir águas limpas; alimentar corpos famintos e nutrir mentes famintas. E para as nações como a nossa, que gozam de relativa abundância, dizemos que não podemos mais suportar a indiferença pelos que sofrem fora de nossas fronteiras; nem podemos consumir os recursos do mundo sem pensar nas consequências. Pois o mundo mudou, e devemos mudar com ele.Ao considerar o caminho que se desdobra a nossa frente, lembramos com humilde gratidão daqueles bravos americanos que, nesta mesma hora, patrulham desertos longínquos e montanhas distantes. Eles têm algo a nos dizer hoje, assim como os heróis caídos que repousam em Arlington sussurram através dos tempos. Nós os honramos não só porque são os guardiões de nossa liberdade, mas porque eles personificam o espírito de servir; a disposição para encontrar significado em algo maior que eles mesmos. No entanto, neste momento -- um momento que definirá uma geração -- é exatamente esse espírito que deve habitar em todos nós.Pois por mais que o governo possa fazer e deva fazer, afinal é com a fé e a determinação do povo americano que a nação conta. É a bondade de hospedar um estranho quando os diques se rompem, o altruísmo de trabalhadores que preferem reduzir seus horários a ver um amigo perder o emprego, que nos fazem atravessar as horas mais sombrias. É a coragem do bombeiro para subir uma escada cheia de fumaça, mas também a disposição de um pai a alimentar seu filho, o que finalmente decide nosso destino. Nossos desafios podem ser novos. Os instrumentos com que os enfrentamos podem ser novos. Mas os valores de que depende nosso sucesso -- trabalho duro e honestidade, coragem e justiça, tolerância e curiosidade, lealdade e patriotismo -- essas são coisas antigas. São coisas verdadeiras. Elas têm sido a força silenciosa do progresso durante toda a nossa história. O que é exigido de nós hoje é uma nova era de responsabilidade -- um reconhecimento, por parte de todos os americanos, de que temos deveres para nós mesmos, nossa nação e o mundo, deveres que não aceitamos resmungando, mas sim agarramos alegremente, firmes no conhecimento de que não há nada tão satisfatório para o espírito, tão definidor de nosso caráter, do que dar tudo o que podemos em uma tarefa difícil.Esse é o preço e a promessa da cidadania.Essa é a fonte de nossa confiança -- o conhecimento de que Deus nos chama para moldar um destino incerto.Esse é o significado de nossa liberdade e nosso credo -- a razão por que homens e mulheres e crianças de todas as raças e todas as fés podem se unir em comemoração neste magnífico espaço, e por que um homem cujo pai, menos de 60 anos atrás, talvez não fosse atendido em um restaurante local hoje pode se colocar diante de vocês para fazer o juramento mais sagrado.Por isso vamos marcar este dia com lembranças, de quem somos e do longo caminho que percorremos. No ano do nascimento da América, no mês mais frio, um pequeno bando de patriotas se amontoava junto a débeis fogueiras nas margens de um rio gelado. A capital fora abandonada. O inimigo avançava. A neve estava manchada de sangue. No momento em que o resultado de nossa revolução era mais duvidoso, o pai de nossa nação ordenou que estas palavras fossem lidas para o povo:"Que seja dito ao mundo futuro ... que na profundidade do inverno, quando nada exceto esperança e virtude poderiam sobreviver ... que a cidade e o país, alarmados diante de um perigo comum, avançaram para enfrentá-lo".A América, diante de nossos perigos comuns, neste inverno de nossa dificuldade, vamos nos lembrar dessas palavras atemporais. Com esperança e virtude, vamos enfrentar mais uma vez as correntes geladas, e suportar o que vier. Que seja dito pelos filhos de nossos filhos que quando fomos testados nos recusamos a deixar esta jornada terminar, não viramos as costas nem vacilamos; e com os olhos fixos no horizonte e com a graça de Deus sobre nós, levamos adiante o grande dom da liberdade e o entregamos em segurança às futuras gerações.

20/01/2009 - 18h20. Tradução: Luiz Roberto Mendes Gonçalves